miércoles, 30 de enero de 2008

Pensamiento nº 3: acerca de sentirse parte de algo

A parte de cuando jugaba a futbol, y queríamos ganar la liga, la copa…éramos insaciables.

El sentimiento más fuerte de identidad en el que creo, ahora que sí soy saciable, es el del otro día, en tu casa, cuando llamaron a la puerta.

Entró un tal Mario. Tú ya me habías advertido, que con él se puede hablar de todo. Que era de los nuestros. Y yo mandé un mensaje a Ramón. Le dije que no salía. Me preparé para una noche larguísima. Bajé al paquis a comprar cervezas. Y había gasolina.

Con 23 años, ningún otro me sale de más adentro.

Tout a faire…
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Bienvenida Elo. ;)

lunes, 28 de enero de 2008

No digas que no es bonito..

( ♪ Estos últimos días, Los planetas ♪ )


No te preocupes, no desespero.

Imagíname escribiendo esto. Tranquilo. Centrado. Igual que si jugara una partida de ajedrez.

En este tiempo me he polarizado mucho. He asentado las pasiones nocivas. Ya casi las domino.

Ligera, preciosa y potente fuerza constante. Irreversible.

Me haces dudar un poco, con tu actitud, pero confío en lo que está en el aire.

No te dije el otro día que ya nadie me duele. Que a cambio sólo pago que ya nadie me absorba. Que son dos cosas positivas. Pero aún así

te quiero cerca.

No insisto lo que querría, sino justo lo que creo mejor. Y esto se convierte en lo que quiero. Tensar lo que destensas. Y espero que no lo dejes

secar,
morir,
pudrir,
descomponer.

Lo escribo aquí porque me lees. Porque es para todos y para tí. Porque saca lo mejor de mí, bueno o mediocre, pero lo mejor. Para crear una pequeña duda. Para que siempre puedas pensar

que esto no iba dirigido a tí.

(No tomes al pie de la letra la canción. Pero escúchala)

Si tú no mueves yo iré tapando agujeros. Sacando el agua. Mientras pueda. Tengo aguante.

Interpreta esto como lo que es:

un movimiento estratégico.

Hacía falta oxígeno y tú estabas ocupada. No es culpa de nadie.

Pero al final llega el punto en que ya nada cuela. Y sería una pena.

Para tí y para mí.

¿Más para mí, porque soy yo el que escribo?

Pienso que no. Cuestión de roles. En breve lo hablamos.

Y por favor, respira el aire de

paz

que te mando.

Ya rozamos una vez
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la médula espinal.

Contento, finalmente, de todo. Tampoco esperaba más.
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Sólo hago mi parte.



sábado, 26 de enero de 2008

La arquitectura que no interesa (o qué hago yo en París)

Imagina una melodía, totalmente ecléctica, que sonara de fondo, de hilo musical de tu vida.
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No bastante fuerte como para reparar en ella todo el tiempo. Ni bastante floja como para que no influya en ti. De hecho acaricia o rasga tu visión de todas las cosas. Como todo, la manipula. Pero esto es continuo e inevitable. Intrínseco a la humanidad. Intrínseco al espacio en sí, a la vez.
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Tiene la culpa, o el mérito, de una parte importante de tus sueños, de tus sensaciones, esperanzas, estados de ánimo, actitudes…perfila, de manera terrible, tu vida. Y no entenderlo es no entender todavía tu situación física en el universo.
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No sirve taparte los oidos, porque ya escuchaste, desde que eras pequeño; y ya puedes imaginar sonidos a partir, eso sí, de aquello que aleatoriamente te tocó soportar. O disfrutar. Y de tu bagaje personal. Y de cómo reaccionas ante él.
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Y toda tu percepción está, aunque no totalmente, si en gran parte limitada por ella. La tuya y la mía, por supuesto. La de todos.
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Las notas musicales, los silencios, los ritmos, los modestos estribillos…de toda esta melodía, los componen la madera de la cocina, la ventana del cristal crujido, la puerta que no cierran bien, el sonido de los coches en el asfalto sonoabsorbente, el teórico centro magnético que genera la torre eiffel, la insulsa alineación de los bloques de 6 plantas, la curvatura del petfil de la cornisa…de los espacios que, pases o no por ellos, toman forma en tu cerebro.

La arquitectura, con su cara más noble y la más cerda, a parte de pasteles muy bien hechos y acabados, de pasteles no tan bien hechos ni tan bien acabados, de conceptos que no se pueden construir, aparte de hablar de una civilización y de otras cosas que seguramente aún no entenderé, también son todos los factores del entorno influyendo sobre tí a la vez. No sólo los proyectados (que siempre fracasan), sino las partes no controladas de aquellos proyectos. Los restos de alguna intención. Sus variantes. Sus hijos no deseados. Positivos y negativos. Un mensaje subliminal tan grande que te rodea, en más de tres dimensiones, y te absorbe consiguiendo que tu mundo sea una cosa concreta. Mejor, peor...pero concreta.

Y la arquitectura como el soporte y generador de todos esos estímulos es lo que me interesa en este momento. Eso es lo que hago en París. Y que soy erasmus mejor no decirlo muy alto.

Lo demás me parecen juegos, que me interesan también, pero mucho menos. Los necesito para descansar. Para contactar con la realidad de los otros.

Pero es el mensaje subliminal de las cosas muy concretas, su zumbido imperceptible lo que busco. Descodificarlo.

Primero para librarme de él cuando toca. Cuando está empeorando mi vida. Cuando me amarga. Y lo contrario que es entregarme a él, apoyarme en él, usarlo a mi favor.

Y segundo para ofrecerlo a los demás, mi papel en la sociedad. Mi versión de la melodía. La que puede, como puede la arquitectura (osea, poco a poco) acompañarte en casi todo. Sin revelarte grandes cosas. Sólo estando ahí. Cuando naces, cuando vives, cuando mueres. Sin afirmar demasiado por si sola. Ayudándote sólo a lo que tú quieras. Potenciando sólo lo que tú quieras. Detonando cosas concretas. Ofreciéndote la predisposición. Participando de tu teórica libertad, finalmente mentira, pero teóricamente cierta. Porque eso es lo más lejos que nunca podrás llegar, y la arquitectura no debe pesarte. Tan sólo, si quieres, empujarte hacia adelante, o hacia arriba. Soportarte en cualquier caso. Y todo esto se puede conseguir, a priori, de cualquierade las maneras. Todo vale. Desde el concepto más complejo materializado a la perfección a las cuerdas que puse yo en mi techo. Que para vosotros serían cuerdas, pero que para mí eran el escudo de mi refugio existencial.

En ese sentido me siento responsable como arquitecto de una parte de las sensaciones de los demás. Sabiendo que no hace falta que me vengan a buscar, ni que compren mi cd, ni siquiera que me escuchen, ni me lean, ni que yo les caiga bien, para que todo lo que haga (lo que hagamos) repercuta en sus vidas. Y en la mía propia. De manera subliminal, otra vez, pero injustamente implacable. Por suerte en unos casos, por desgracia en muchos más. En favor de la mentira que supone la percepción.
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Y lo que antes he llamado zumbido, que podeis llamar como querais, es la parte de la arquitectura que no se dice, normalmente porque no se sabe. Y también porque despista el considerar más importantes y trabajar más sobre otras cosas aisladas, como la perspectiva, la metáfora, la composición formal, el detalle constructivo... O combinaciones de las mismas. Que realmente sólo son pequeñas piezas del monstruo del que os hablo. (Y en esas pequeñas piezas se basan a veces vidas enteras. Como en tantas otras cosas, desviadas de la realidad, que es para mí lo que en está pasando en el fondo. Porque en el fondo pasa algo concreto. Aunque sólo tengamos acceso a los fenómenos. “Y qué?” dicen las víctimas menos resignadas, más inocentes, más engañadas. Y tienen, en parte, razón. Porque están en su derecho de considerar su “realidad” la Realidad. Porque dicen tonterías del tipo de “cada uno tiene su verdad”. Sólo porque así se les hace las vida más facil, aunque su sistema sería más complejo, si fuera cierto. Pero no lo es. Y se ven a ellos mismos más justificados. Más interesantes. Y sienten menos la necesidad de explicar las cosas. Y le encuentran más sentido a su vida. Y sólo por esto último no me parece del todo mal. Porque hacen que las cosas funcionen. Y eso siempre es de agradecer. )
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Qué lujo haber entendido todo esto cuando aún no es demasiado tarde. Cuando estoy en Francia forrado de libros que hablan de ello, algunos que nunca (lacra eterna) podré leer en mi lengua. Cuando aún puedo hacer cosas por encima de la belleza. Cuando puedo poner mi granito de arena en la dada por imposible muerte del arte. Y en esto, no como finalidad (lo veo absurdo), sino como actitud, encuentro yo mi sentido. Al hacer Algo entre tus dos Nadas. Al hacer ruido entre tus dos silencios, pero a intentar convertilo en música. Un Algo con algo. Aunque me lleve, quiza (no creo), a morirme de hambre.
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Porque uno siempre está a tiempo de bajarse los pantalones. O chupársela al jefe. Que aunque no tenga ni idea de lo que acabo de decir tiene un gran despacho. Y es una buena persona. Dándole así la razón al sistema. Al loco que te da de comer.

Pero eso ya son consecuencias de la vida pura y dura.
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Yo intentaba hablar de otra cosa. De ideales que no son para alcanzarlos, sino para tenerlos de referencia. Pero para empujar en esa dirección. Para no nacer tan derrotados de antemano.
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Estaremos encerrados para siempre, con sensación de libertad, dentro de nuestras límitaciones. Sino no tendría porque haber escrito esto.

miércoles, 16 de enero de 2008

Arma letal

( ♪ la guerra de las galaxias, los planetas ♪ )






A veces la intuición es la única manera que tienes de moverte por un territorio oscuro, desconocido, lleno de criaturas extrañas más potentes y veloces que tú, que por otra parte sí que ven en la oscuridad. Y que disponen además de sónars complejísimos, mucho más que tu oido. Por no hablar de las armas secretas que tú nunca podrás tan siquiera imaginar.

En estas ocasiones quizá tu intuición te permita no hacer el rídiculo. Morir a mitad o al final de la batalla. O de la discusión. Matar algún enemigo. Y con algo de suerte puede que sobrevivas hasta el final, si el adversario se ha descuidado. O si no era bastante fuerte. O si no eras tan importante como para acabar contigo. Y ya puedes dar las gracias. Tampoco tenías mucho más que hacer. Lo más correcto era no equivocarse demasiado. Si eres listo te habrás declarado neutral.

La intuición es aquí una bruja que nadie quiere. Hace pócimas que no funcionan. Malvista. Desaliñada. Muestra de incapacidad.



Pero la intuición lo es de algo. Y si la primera coincide con lo segundo se le llama certeza. Y si eres consciente de tu certeza se le llama potencia. Y esa intuición, tansformada en certeza, y luego en potencia, es tu arma secreta, la princesa, silenciosa, invisible. Prácticamente invencible. Y ahora eres tú la extraña criatura. Veloz. Una auténtica depredadora de dudas, omisiones y mentiras. Y una guerra de las galaxias se libra a tus pies, y todos corren. Campo abierto. A plena luz del sol.

Literalmente, no hay donde esconderse.

Pero eso sí, hay que utilizarlo bien:

1 Intuir
2 Acertar
3 Ser consciente
4 Atacar

Y sólo por este orden. Sin fallar en ninguna de las partes del proceso.

Sólo así la bruja, más común e inofensiva, se convierte en la princesa, muy escasa pero letal.

lunes, 14 de enero de 2008

Ardha-kurmasana


Las posiciones en las que escuchamos nuestra música la mayoría de las personas son unas pocas, y por regla general son siempre las mismas, que se repiten.

Andando por la calle, sentados en el metro, delante del ordenador, bailando en la discoteca…

Por casualidad he descubierto que si escucho Tonite, tonite de Smashing Pumpkins en la cama de rodillas, con los auriculares muy fuertes, agachado con la frente apoyada en el colchón, con los brazos acabando de cerrar el espacio que queda entre yo y la cama, creando un pequeño universo…si hago esto mientras la escucho, toda la canción se amplifica. Entiendo mejor lo que dice. Se me clava un poquito más hondo.

Y esto, repito, lo he descubierto de casualidad. Pero ahora ya sé que la posición influye. Y he hecho un par de pruebas, con otras canciones que me encantan. Con otras posiciones igual de ridículas. De momento nada más me ha funcionado. Ya informaré de las investigaciones.

Como en tantas otras cosas, a veces el cambiar algunos factores que hasta ahora no teníamos en cuenta nos resulta sorprendentemente productivo. En este caso quizá es recibir la presión en la cabeza de la fuerza de la gravedad, actuando en una dirección a la que no estamos acostumbrados. O el decidir nosotros, con nuestro cuerpo, el grado de luz que dejamos entrar en nuestro pequeño universo. No lo sé…Pero todo junto realmente produce algo.

Diría que no se puede saber con qué posición potenciar qué canción de antemano. Que la posición hay que arrancarla de la canción, parece ser. De la que lo permita. Porque aunque aún en fase de experimentación, pero intuyo que pocas canciones se dan a esta gilipollez.

Y le llamo gilipollez sólo para quitarle un poco de seriedad. Y explico porqué le llamo gilipollez para quitarle aún un poco más. Pero en serio, si no lo habeis hecho ya, probadlo. Y no es nada misterioso que salga a veces sí y a veces no, sino que salvando que hay que superar cada vez el si me vieran mis colegas…, y que hay que haber acertado con la posición respecto a la canción, lo que me sorprende es que cada vez que lo hago funciona. Como que cada vez que aprieto el interruptor se enciende la luz. Como que cada vez que me pongo a escribir se me hacen las 4 de la mañana.

viernes, 11 de enero de 2008

Indisposición mental

Ayer fue uno de los días mas grises y difusos, aunque no pasara nada especialmente malo. En casa, sin música. Sólo recuerdo otro igual hace más o menos un año.

(Perdonad, chavales, por anular la cena de ayer…)

No hablo de las grandes desgracias que suceden a algunos humanos.

Las atrocidades de las guerras (no sólo las bombas, sino todo lo paralelo: los soldados que violan niñas, los hermanos matándose entre sí, los 5 segundos que tardan en acribillarte mientras esperas para ser fusilado, en fila, junto a 10 amigos más con los que algún día fuiste de copas…); o cuando alguien está empezando algo, algo bonito, hacia la mitad de su vida, y le dicen que tiene cáncer, y se acaba el proyecto; o cuando te partes la columna, te quedas inválido, y una ley no te deja morir aunque lleves 20 años pidiéndolo; un atentado; un maremoto …

Estas situaciones, para mí, son negras. Radicales. Descaradamente crueles. Un punzón igual o más grande que el objeto a punzar, es decir, un desastre. Esto debe dejar a un humano fuera de sí. Probablemente desde dentro de la situación todo sea incomprensible. Aunque entendiéramos, si fuera tan facil, los motivos de la bomba que ha caido. Aunque los entendiéramos a la perfección y aunque viéramos lógica la reacción del enemigo; no nos cabría, sin embargo, tanto daño en los ojos, en las manos, en el cerebro.

Lo que quiero entonces dejar claro es que ayer no sentí nada de esto. Que probablemente no tenga ni mucho derecho a quejarme, después de las cosas que pasan en el mundo. Pero yo estoy aquí, ahora, vivo. Y analizo lo que pienso. Y lo escribo en este blog. Y lo que pensé ayer es que ese, el negro, es un estado de malestar. Innegable. Incontestable. Por supuesto.

Pero quizá por donde estuve antes de ayer, por sólo 4 frases en francés que sin embargo entendí muy bien, ayer sentí de nuevo (2 veces sólo en mi vida con tanta claridad) que también hay otro estado de malestar, el gris, más discutible, no tan inmediato, no tan espectacular ni llamativo, ni reconocible, ni tan comprensible para otro humano desde fuera de mi cerebro; pero que es un estado en el que ya no sientes ni frío. En el que ojalá pudieras, al menos, temblar. Y sentirte vivo así. Pero no. Esto no sucede. Da igual que todo esté a tu alrededor. Da igual que estés en París, que seas joven, que tengas fuerzas…y una intuición de cómo utilizarlas en estos años. Cosas por las que me siento, en general, muy afortunado. Pero ayer daban igual, tú, ella, y ellos. Lo mejor que pude hacer fue tumbarme, mirar el techo, esperar al sueño en una agonía tetrapléjica.

Ayer me pareció intuir de qué estamos hechos en verdad. De qué se componen nuestros sueños. Nuestros recuerdos. Me pareció entender el proceso, de punta a punta. De manera sintética pero intensa. Potente. Y no sé cuantas veces volverá esa sensación. Y estoy dispuesto a equivocarme, a agarrame más fuerte a lo que creo querer. Sólo por el beneficio de la duda.

Pero a partir de ayer el valor de las cosas es, si cabía (y cabía), aún más relativo.