sábado, 26 de enero de 2008

La arquitectura que no interesa (o qué hago yo en París)

Imagina una melodía, totalmente ecléctica, que sonara de fondo, de hilo musical de tu vida.
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No bastante fuerte como para reparar en ella todo el tiempo. Ni bastante floja como para que no influya en ti. De hecho acaricia o rasga tu visión de todas las cosas. Como todo, la manipula. Pero esto es continuo e inevitable. Intrínseco a la humanidad. Intrínseco al espacio en sí, a la vez.
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Tiene la culpa, o el mérito, de una parte importante de tus sueños, de tus sensaciones, esperanzas, estados de ánimo, actitudes…perfila, de manera terrible, tu vida. Y no entenderlo es no entender todavía tu situación física en el universo.
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No sirve taparte los oidos, porque ya escuchaste, desde que eras pequeño; y ya puedes imaginar sonidos a partir, eso sí, de aquello que aleatoriamente te tocó soportar. O disfrutar. Y de tu bagaje personal. Y de cómo reaccionas ante él.
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Y toda tu percepción está, aunque no totalmente, si en gran parte limitada por ella. La tuya y la mía, por supuesto. La de todos.
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Las notas musicales, los silencios, los ritmos, los modestos estribillos…de toda esta melodía, los componen la madera de la cocina, la ventana del cristal crujido, la puerta que no cierran bien, el sonido de los coches en el asfalto sonoabsorbente, el teórico centro magnético que genera la torre eiffel, la insulsa alineación de los bloques de 6 plantas, la curvatura del petfil de la cornisa…de los espacios que, pases o no por ellos, toman forma en tu cerebro.

La arquitectura, con su cara más noble y la más cerda, a parte de pasteles muy bien hechos y acabados, de pasteles no tan bien hechos ni tan bien acabados, de conceptos que no se pueden construir, aparte de hablar de una civilización y de otras cosas que seguramente aún no entenderé, también son todos los factores del entorno influyendo sobre tí a la vez. No sólo los proyectados (que siempre fracasan), sino las partes no controladas de aquellos proyectos. Los restos de alguna intención. Sus variantes. Sus hijos no deseados. Positivos y negativos. Un mensaje subliminal tan grande que te rodea, en más de tres dimensiones, y te absorbe consiguiendo que tu mundo sea una cosa concreta. Mejor, peor...pero concreta.

Y la arquitectura como el soporte y generador de todos esos estímulos es lo que me interesa en este momento. Eso es lo que hago en París. Y que soy erasmus mejor no decirlo muy alto.

Lo demás me parecen juegos, que me interesan también, pero mucho menos. Los necesito para descansar. Para contactar con la realidad de los otros.

Pero es el mensaje subliminal de las cosas muy concretas, su zumbido imperceptible lo que busco. Descodificarlo.

Primero para librarme de él cuando toca. Cuando está empeorando mi vida. Cuando me amarga. Y lo contrario que es entregarme a él, apoyarme en él, usarlo a mi favor.

Y segundo para ofrecerlo a los demás, mi papel en la sociedad. Mi versión de la melodía. La que puede, como puede la arquitectura (osea, poco a poco) acompañarte en casi todo. Sin revelarte grandes cosas. Sólo estando ahí. Cuando naces, cuando vives, cuando mueres. Sin afirmar demasiado por si sola. Ayudándote sólo a lo que tú quieras. Potenciando sólo lo que tú quieras. Detonando cosas concretas. Ofreciéndote la predisposición. Participando de tu teórica libertad, finalmente mentira, pero teóricamente cierta. Porque eso es lo más lejos que nunca podrás llegar, y la arquitectura no debe pesarte. Tan sólo, si quieres, empujarte hacia adelante, o hacia arriba. Soportarte en cualquier caso. Y todo esto se puede conseguir, a priori, de cualquierade las maneras. Todo vale. Desde el concepto más complejo materializado a la perfección a las cuerdas que puse yo en mi techo. Que para vosotros serían cuerdas, pero que para mí eran el escudo de mi refugio existencial.

En ese sentido me siento responsable como arquitecto de una parte de las sensaciones de los demás. Sabiendo que no hace falta que me vengan a buscar, ni que compren mi cd, ni siquiera que me escuchen, ni me lean, ni que yo les caiga bien, para que todo lo que haga (lo que hagamos) repercuta en sus vidas. Y en la mía propia. De manera subliminal, otra vez, pero injustamente implacable. Por suerte en unos casos, por desgracia en muchos más. En favor de la mentira que supone la percepción.
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Y lo que antes he llamado zumbido, que podeis llamar como querais, es la parte de la arquitectura que no se dice, normalmente porque no se sabe. Y también porque despista el considerar más importantes y trabajar más sobre otras cosas aisladas, como la perspectiva, la metáfora, la composición formal, el detalle constructivo... O combinaciones de las mismas. Que realmente sólo son pequeñas piezas del monstruo del que os hablo. (Y en esas pequeñas piezas se basan a veces vidas enteras. Como en tantas otras cosas, desviadas de la realidad, que es para mí lo que en está pasando en el fondo. Porque en el fondo pasa algo concreto. Aunque sólo tengamos acceso a los fenómenos. “Y qué?” dicen las víctimas menos resignadas, más inocentes, más engañadas. Y tienen, en parte, razón. Porque están en su derecho de considerar su “realidad” la Realidad. Porque dicen tonterías del tipo de “cada uno tiene su verdad”. Sólo porque así se les hace las vida más facil, aunque su sistema sería más complejo, si fuera cierto. Pero no lo es. Y se ven a ellos mismos más justificados. Más interesantes. Y sienten menos la necesidad de explicar las cosas. Y le encuentran más sentido a su vida. Y sólo por esto último no me parece del todo mal. Porque hacen que las cosas funcionen. Y eso siempre es de agradecer. )
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Qué lujo haber entendido todo esto cuando aún no es demasiado tarde. Cuando estoy en Francia forrado de libros que hablan de ello, algunos que nunca (lacra eterna) podré leer en mi lengua. Cuando aún puedo hacer cosas por encima de la belleza. Cuando puedo poner mi granito de arena en la dada por imposible muerte del arte. Y en esto, no como finalidad (lo veo absurdo), sino como actitud, encuentro yo mi sentido. Al hacer Algo entre tus dos Nadas. Al hacer ruido entre tus dos silencios, pero a intentar convertilo en música. Un Algo con algo. Aunque me lleve, quiza (no creo), a morirme de hambre.
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Porque uno siempre está a tiempo de bajarse los pantalones. O chupársela al jefe. Que aunque no tenga ni idea de lo que acabo de decir tiene un gran despacho. Y es una buena persona. Dándole así la razón al sistema. Al loco que te da de comer.

Pero eso ya son consecuencias de la vida pura y dura.
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Yo intentaba hablar de otra cosa. De ideales que no son para alcanzarlos, sino para tenerlos de referencia. Pero para empujar en esa dirección. Para no nacer tan derrotados de antemano.
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Estaremos encerrados para siempre, con sensación de libertad, dentro de nuestras límitaciones. Sino no tendría porque haber escrito esto.