martes, 25 de marzo de 2008

Ellos sí que son olímpicos


Pocas veces me he reido tanto leyendo el diario.

Que el Dalai Lama, la persona que entre otras cosas representa la negación prácticamente absoluta de los deseos, de las pasiones… sea calificado por el gobierno chino de la maldad con rostro humano es cuando menos curioso.

A mi personalmente me hace mucha gracia.

Unos pocos chinorris, como algo casi instintivo, van a proteger la llama olímpica con altas medidas de seguridad. Está claro. Pero el recorrido será muy largo. Y habrá activistas, agrupados o independientes, en los 20 paises por los que está previsto que pase la antorcha. Incluso alguno se esconderá en el Himalaya.

Yo confío en que de todos los intentos de apagarla que se van a producir alguno acierte. Sería precioso que la llama no llegara ni sana ni salva. Que tuvieran que reencenderla a la desesperada, con algún mechero de mano. Que el fuego que salió de Atenas no sea el mismo que llegará a Pekín.

Y lo que determinará el éxito o el fracaso, si alguien acierta y lo apaga, será el que este hecho se registre o no. El que haya como mínimo una foto (¡sólo una!) del momento. Un conjunto de píxeles que representen el instante en el que la llama de la discordia, de la hipocresía, de la contradicción, se apagó.

(Reconozco que sería feliz por un rato si pudiera ver esa foto. O ese video aún mejor. Colgado en el youtube. Fotogramas en diarios.)

Que los juegos olímpicos se anularan sería una victoría aplastante, pragmática, física. Aunque no sé si esto hundiría más a los esclavos que en este mismo momento (ahora mismo) trabajan en las obras de los estadios. Y lo sentiría por los miles de deportistas. Imagino su desolación, su inocente decepción, un cuarto de la vida tirado a la basura azul, donde los plásticos.

Pero pienso que sí, que sería lo mejor que se cancelaran. La manera más eficiente de recordar lo que está pasando. Un megáfono para Tíbet.

Y en todo caso, se celebren o no, me parece vital el que alguien consiga apagar la antorcha. Su valor simbólico, moral, poético…incalculable.

Es lo mínimo que se merecen los que están siendo las víctimas de estos juegos olímpicos. Antes de que veamos a los otros, los flamantes vencedores. Atléticos. Medallados. Cosagrados. Sonrientes. Subiendo al podium. Recibiendo una medalla. De oro. Esculpida entre cráneos humanos.

Porque si nada gordo sucede; si los juegos no se anulan, o si aunque se apague la llama las imágenes no dan la vuelta al mundo; los más de cien muertos en Tíbet y los miles de personas explotadas en China -y las animaladas que pasan aunque no tengamos ni idea, ya que no hay periodistas para contarlo- pasarán a ser, como en tantas otras ocasiones,

polvo, nada, cero.