jueves, 27 de marzo de 2008

Into the what?

( ♪ Picture of Jesus, Ben Harper ♪ )
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No creo que sea muy necesario ver Into the wild, la película Sean Penn basada en la historia de Christopher McCandless.

(Y salí contento del cine. Me han hecho falta 2 semanas para generar la opinión que ha creado la negación anterior)

Aunque tiene cosas bonitas. Aunque de todo (Todo) se puede sacar algo positivo, al igual que algo negativo. Aunque cada uno puede hacer con su tiempo y su dinero lo que quiera. Sólo digo que yo ultilizaría esas 2 horas para ver otra película diferente.

Fui al cine primero porque trata de un chico que acaba la carrera y no hace lo que se supone que debería de hacer. Eso me atrajo. Lo reconozco.

Y segundo porque vino una amiga y me dijo que me parecía al chico. No tanto por el físico. Sino porque ella me imaginaba haciendo algo así.

Después de ver la película quedé un día con esta amiga y le pegué un tirón de orejas. Por mentirosa!

Así en grande nos diferencian radicalmente tres cosas (al chico de la peli y a mí). Y es que primero de todo, y lo más importante: yo no hubiera dicho que no a esa niñita de 16 años. Segundo, que al chico de la peli se le llena la boca diciendo Alaska, y yo en cambio soy incapaz (lo intenté pero nunca salieron las palabras, y desistí) de ponerle nombre a un objetivo. Y tercero: yo no quemaría un fajo de billetes como algo simbólico, a solas, en el desierto. Más bien los conservaría. Guardaría la performance para otra ocasión.

Y es cierto que los dos tenemos 23 años. Ojos claros. Barba de aquella. Que estamos contentos con nuestros coches viejos. Y sobre todo, estamos de acuerdo en una de las dos conclusiones con jugo de la peli: la importancia de encontrar el ritmo personal ante las cosas. Sabiendo que éste puede cambiar, aumentar, reducir…

Aunque las diferencias sean eternas, las coincidencias son graciosas. Y aunque fuera sin mala intención, sin demasiada repercusión (o sí), no quería que pasara aquello de pensar que dos personas son la misma. Aunque de fondo no haya nada igual. Sólo porque las coincidencias superficiales tienen, en ocasiones, un efecto magnético y pegajoso.

La otra conclusión con jugo que encontré fue casi al final, cuando él dice que la felicidad sólo es real si es compartida. Una afirmación no inmediata, pero peligrosa. Más aún teniendo en cuenta cómo acaba la peli, con esas referencias tan desafortunadas a la religión, que tanto gustan a algunos norteamericanos, cuando parecía que no lo estaban haciendo del todo mal. Pero vienen con esas, y nombran a Dios de manera tan explícita que hacen desconfiar de sus intenciones y consiguen que la película no quede lo abierta que podría haber quedado. Y ese habría sido, al menos, un punto fuerte.

Me ha parecido una peli peor que mediocre con carcasa intercambiable para jóvenes románticos versión 2.0 (menos ingenuos que los primeros).Y la imagen quizá más bonita, cuando el chico llora viendo correr a los renos, en mi opinión llegó muy pronto. Que se lo digan al señor que se sentaba a mi lado: le pilló la escena quitándose aún la chaqueta.

Por contra es precioso, y llega en buen momento, el hombre que vive en el desierto. (Imposible no acordarse del padre de Ben).

Y por si después de esto aún tienes que ganas de verla, te diré que el chico muere al final. Envenenado con unas semillas.

Ala. A lo salvaje.